ADA FALCON

«El nombre de Ada Falcón continúa siendo tan misterioso como lo fue cuando enfrentaba un micrófono y, aunque tímida por el público que la aplaudía, interpretaba como nadie nuestra música. Su retiro voluntario hizo que su leyenda se agrandara hasta límites insospechados.»
Jorge Palacio «Los grandes del tango» 1991

Aunque en un principio el repertorio de La Joyita Argentina se limita a pequeñas canciones y tonadillas españolas no tendremos que aguardar demasiado para verla de artista principal en sainetes y revistas, participando en películas de cine mudo y cosechando rotundos éxitos. Es el período en que Aída Ada Elsa Falcone, nacida el 17 de agosto de 1905, deja de ser La Joyita Argentina para convertirse Ada Falcón.

Cuando, en 1925, graba para RCA Víctor sus primeros cuatro temas con la orquesta de Osvaldo Fresedo el tremendo potencial como artista de la cantante queda patente y ante sus ojos se despliega un futuro de estrella: teatros abarrotados, suculentos contratos con emisoras de radio, películas, grabaciones discográficas… y el amor.

Ada Falcón empieza a grabar con Odeón en 1929 y pronto se integra como solista en la orquesta de Francisco Canaro. Entre ambos nace un amor que dura más de diez años, una relación tormentosa que combina la pasión del amor prohibido con el trabajo más intenso: juntos colaboran en 191 temas y llegan a grabar una media de quince discos al mes. Profundamente enamorado, Canaro la colma de regalos y en 1930 compone para ella el célebre vals «Yo no sé que me han hecho tus ojos».

A lo largo de su carrera Ada Falcón graba 218 temas e interviene en tres películas: «El festín de los caranchos» (1918), desaparecida joya de la filmografía argentina; «Tu cuna fue un conventillo» (1925), sainete criollo, e «Ídolos de la radio» (1934), dirigida por Eduardo Morera y producida por el sello «Río de la Plata», compañía cinematográfica propiedad de Francisco Canaro; en esta película canta dos de sus grandes éxitos, el tango de Canaro y Caruso «Sentimiento gaucho» y, a dúo con Ignacio Corsini, el vals «Mentir en amor es pecado».

Entre 1930 y 1935, en el cenit de su fama, Ada es un personaje de alto perfil social con una vida repleta de ostentaciones y caprichos. Las revistas sitúan a la cancionista al borde del mito; afirman que los hombres caen rendidos a sus pies, destacan los halagos que le dedican Gardel o Discépolo, la entrevistan en su casa, lujosamente decorada (la propia Ada se jacta de utilizar Arpège de Lanvin, el carísimo perfume francés que le envía desde París un ferviente adorador, ni más ni menos que el Maharajá de Kapurthala, para quemarlo en la chimenea del salón como simple ambientador), y la fotografían vestida con absoluto glamour, exhibiendo pieles y joyas ostentosas o al volante de automóviles únicos.

Sin embargo la realidad de la cancionista es muy otra; desquiciada por la tormentosa relación que entretiene con Canaro (un hombre casado que se niega a divorciarse), su personalidad inestable la lleva a obsesionarse con la religión, a afirmar que tiene visiones celestiales y a hundirse en un misticismo enfermizo. En su entorno se cuestionan si tan extraño comportamiento obedece a caprichos de estrella, a estrategias de publicidad o al inicio de un trastorno mental. A partir de 1937 los continuos escándalos, unidos a misteriosas desapariciones y a sus cada vez más habituales salidas de tono —se niega a cantar con público, exige que pongan una cortina entre ella y la orquesta…—, aportan a la figura de Ada Falcón un halo de diva desequilibrada.

Pese a todo, su trayectoria en la radio se mantiene hasta 1942. Casi todas las emisoras importantes —Radio Cultura, Splendid, Argentina, Stentor, Belgrano, Radio el Mundo—, se la disputan. Ada Falcón es, en este momento, la artista más mimada y consentida de la radiofonía argentina.

El fracaso sentimental precipita el final de su carrera. Traicionada por Canaro que, afirman, la engaña con su hermana Adhelma, sin asesorarse ni consultar a nadie, Ada malvende sus posesiones, regala sus cosas y desaparece sin dejar rastro.

Aunque corre la voz de que se ha hecho monja, la localizan en un pueblo de la provincia de Córdoba: desde 1942 está viviendo en Salsipuedes con su madre, bajo voto de humildad y extrema pobreza.

A partir de ahí su vida va a transcurrir en la sierra cordobesa. Nunca volverá a cantar y en sesenta años solamente concederá unas pocas entrevistas.

Ada Falcón fallece, a la edad de 96 años, el 4 de enero de 2002 en Molinari (Córdoba). Seis personas acompañan sus restos mortales hasta el panteón de la SADAIC, en el cementerio de la Chacarita de Buenos Aires. Todas ellas testimonian que Ada Falcón reposa desde entonces muy cerca de Francisco Canaro.

Un epílogo que raya en lo novelesco para una diva tan excéntrica y controvertida.

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